Hoy hace doce años que se empezó a celebrar en España (y
después en todo el mundo) el Día de la Visibilidad Lésbica. Que la
invisibilidad de las mujeres lesbianas es algo que llevamos arrastrando
históricamente es un hecho innegable. No es extraño encontrarse documentos y
relatos históricos en los que a una pareja de dos mujeres se las ha tratado
como «amigas» o «compañeras de piso» en un
intento —deliberado o no— de negar nuestra realidad y nuestra existencia. El hecho
de que nuestra orientación ni siquiera se considere una posibilidad nos ha
protegido, por decirlo de algún modo, de la LGTBIfobia más dura y violenta de
la que sí han sido víctima la mayoría de hombres gays a lo largo de los siglos.
Pero también ha impedido que se nos reconozca como personas completas, libres y
fuera del sistema patriarcal en el que el hombre cishetero es el centro.
La
lucha por la visibilidad abarca muchos ámbitos y es ardua, pues la base de nuestra opresión es ese
sistema heteropatriarcal que no reconoce nuestra sexualidad porque no involucra
a un hombre.
La
importancia de ser visible estriba en la comprensión de nuestras realidades,
tan variadas y diversas como variados y diversos son los seres humanos. Ser
visibles implica romper esos estereotipos y mitos que han acompañado a nuestra orientación sexual durante tanto tiempo.
Mitos
como que las lesbianas siempre llevamos el pelo corto, tenemos un aspecto
descuidado, no nos maquillamos o no llevamos vestidos, como si quisiéramos «parecer
hombres» para atraer a otras mujeres. Esto también lleva a mucha gente a pensar
que «una hace de chico y otra de chica», sin sopesar la posibilidad de que cada
mujer lesbiana es diferente (desde las butch hasta las femme) y el común
denominador es que no deseamos la presencia de hombres en nuestras relaciones.
Eso no implica que los odiemos, otro mito que parece haberse extendido;
simplemente no nos sentimos atraídas hacia ellos.
Lo
que sí nos molesta es que muchos piensen que estamos confusas o hemos tenido
malas experiencias, vaya, que «no hemos probado un buen hombre». Falso. La
gente heterosexual no lo es porque hayan tenido malas experiencias con gente
del mismo género; esto es igual, si a una mujer lesbiana no le gusta un hombre
es porque, eso, le gustan las mujeres. Tampoco es una etapa, ni nos gustan
todas las mujeres (¿acaso a las mujeres heterosexuales les gustan todos los
hombres?), ni intentamos convertirlas.
Otros
mitos que parecen estar muy arraigados en la sociedad son el de que solo por el
hecho de que nos gustan las mujeres, no queremos ser madres, o que nuestras
relaciones duran más porque tenemos menos problemas y discusiones. Por
desgracia, dentro de las relaciones lésbicas también existe la violencia en la
pareja, conocida como violencia intragénero. Muchas veces se idealiza la
relación entre dos mujeres diciendo que somos más comprensivas, que nos
entendemos mejor, que no somos violentas… Mitos que hacen que se invisibilice
esta realidad. Dentro de una relación, indistintamente de las identidades de
género de las personas que la forman, pueden producirse diferentes violencias
que pueden convertir la vida de una de ellas en un auténtico infierno. Estas
violencias pueden darse de diversas maneras y formas: agresiones tanto físicas
como verbales, utilizar el chantaje o la culpa para dominar a la otra persona,
humillarla, aislarla de su entorno, controlarla en todo momento, etc.
Para
ser conscientes de estas situaciones de maltrato, queremos incluir el relato de
una compañera que nos ha dado su permiso para compartir su experiencia:
«Conocemos a una chica por una red social y al principio todo es idílico: esos primeros mensajes que se intercambian y nos hacen sonreír, las primeras citas, esos primeros besos robados. Cuando pasa un tiempo te dice que tiene una enfermedad que le impide llevar una vida normal y te das cuenta de que requiere más de tu tiempo por lo que decides dejar de lado a tus amistades e incluso el trabajo para poder cuidar a esa persona tan maravillosa. Poco a poco descubres que controla tus redes sociales, mira las fotos que subes y con quién, qué personas les dan “me gusta” e incluso empieza a coger tu móvil para controlar WhatsApp. Comienzas a darte cuenta de que estos comportamientos no son normales, pero tú la quieres y sigues aguantando. Al tiempo, también tiene celos de tu familia y vas dándote cuenta de que la situación es realmente insostenible y decides dejarla. En ese momento empiezan las amenazas y el acoso. Va a tu trabajo, a tu casa, hace pintadas, amenaza con suicidarse. Decides hablar con ella y decirle que podéis ser amigas pero solo eso. No obstante, el ciclo no se cierra. Sigue acosándote y tratando de hacer ver que tú eres la mala de la situación. Por fin, un día ves la luz al final del túnel y te das cuenta de que esta situación solo terminará el día que decidas cortar cualquier tipo de relación con ella. Al final lo haces y poco a poco vuelves a ser tú, vuelves con tus amistades y, lo más importante, vuelves a ser dueña de tu vida.»
Como podéis ver, no todo es perfecto para nosotras y, al igual que en las parejas heterosexuales, hay una gran diversidad de relaciones y dinámicas como para generalizar con estereotipos.
Queda
claro que mitos hay muchos y algunos están relacionados con el sexo entre
mujeres, ese gran desconocido. Aunque muchos de estos los abordaremos con la
sexóloga Amanda Ortiz Gabaldón a las 19h en el directo en nuestro Instagram, es
importante destacar el papel que el sexo entre mujeres ha tenido y sigue
teniendo en la percepción que la sociedad tiene de nosotras.
¿Alguna vez habéis puesto «lesbiana» en Google? ¿Qué os ha salido? Desde agosto de 2019, al escribir la
palabra «lesbiana» en el buscador no sale porno en los
primeros resultados. Un gran logro, pues hasta la fecha el gigante aún asociaba
nuestra orientación con una categoría pornográfica, cosa que, a pesar de este
avance, sigue afectando a las políticas de publicidad de Google y a portales
como Hay una lesbiana en mi sopa,
que ha tenido ya muchos problemas por esta asociación lesbiana-pornografía.
Esta es solo la punta del iceberg. Aún seguimos sufriendo cosificación debido a la construcción de un ideal heteropatriarcal que dista
mucho de la realidad y diversidad que vivimos. Cuesta entender que las
lesbianas no nos enrollamos para aumentar el deseo masculino, sino porque queremos.
Así que, amigo hetero, la próxima vez que veas a dos mujeres besándose, déjalas
en paz, no quieren hacer un trío contigo.
La censura y la hipersexualización de nuestras relaciones,
entre todos estos factores de los que hemos hablado, ha hecho que durante mucho
tiempo nuestra vida fuese un tabú y se rechazase. Este miedo a la
discriminación se hace evidente cuando pensamos en lo que a muchas de nosotras
nos ha costado o nos cuesta ser visibles en el ámbito laboral y público. No es
extraño ver que hay más hombres famosos abiertamente gays que mujeres
abiertamente lesbianas, no solo en España, sino en todo el mundo. Eso sin
hablar de la reticencia de algunos medios de comunicación (en especial la
prensa rosa) a informar sobre las parejas de mujeres, haciéndolas pasar por «buenas amigas» o describiendo con
circunloquios su relación, como si las palabras «lesbiana» o «novias»
estuviesen malditas. Claro que no es extraño que mujeres en el ojo público como
Sandra Barneda no hayan sentido hasta hace poco la confianza suficiente para
hacer pública su orientación sexual. Pero gracias a los pequeños actos de
valentía de estas mujeres que dan un paso al frente y dicen «aquí estoy, soy
lesbiana», el camino se allana para aquellas que aún no han encontrado ese
coraje. Porque no olvidemos que, en una sociedad cisheteropatriarcal, vivir
ajena a la norma es un acto de revolución.
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